sábado, 13 de julio de 2013

Aquellos maravillosos veranos.

Todos los años, al llegar el mes de Junio, los compañeros de clase lo tenían claro, "yo me voy al pueblo", y yo, no tenía pueblo, pero también lo tenía claro, "yo me voy a LA PARCELA DE MIS ABUELOS"
Y todos los años, el último día de cole, ya estaba todo cargado en el coche para ir para allá, no está lejos, pero nos íbamos con todo el equipo, listos a pasar allí alrededor de dos meses y medio, dispuestos a pasar todo el verano en bañador, montando en bici, cazando grillos y saltamontes…
La vida en la parcela era tranquila y a la vez intensa, tranquila porque, al menos para nosotros, no había más obligación que bajar a por el pan al pueblo en bici, y tirar la basura a "los cubos del cruce", e intensa porque aprovechábamos el día al 120%, desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos.
Los primeros años los recuerdo en bici, cayéndome, levantándome, volviéndome a caer, con esas calles sin asfaltar, llenas de baches, la urbanización llena de atajos, pues había mas parcelas vacías que ocupadas y se podía cruzar de una calle a otra. De aquellos años también recuerdo los viajes a la fuente, a llenar las garrafas de agua con la cesta que mi padre "El Fede", le había acoplado a una de las bicis, que por entonces eran del estilo Verano Azul. Por entonces ir a "Los Olivos" con la bici era toda una aventura para nosotros, y el ir de paseo "al Barranco" o a las cuevas por las tardes con toda la familia era algo genial.
Mas adelante llegaron las obras de Urbanización, y ese verano las calles eran igual, llenas de baches, pero habían aparecido unos bordillos y unas arquetas que nos servían para jugarnos la vida cada día con la bici.
El verano que al abuelo le dio la ventolera de la piscina fue inolvidable, se llamó a "el Cuenca", que vino con una retro, y casi abre más agujero, en "los rollos" de la bajada, que donde iba a ir la piscina. Pero Los Vegas no se rinden, y si una retro con varios cientos de caballos de potencia no ha sido capaz de hacer un agujero en la piedra, nosotros lo hacemos a mano, con dos cojones. Y así fue, a base de maza, puntero y cuña, se iba rompiendo la piedra hasta llegar a la profundidad requerida, lo de profundidad es un eufemismo, porque donde mas cubre casi hacen pie los patos, pero que felices éramos con la piscina!!!! No se me olvidará ese verano, sacando piedras del agujero, atando con alambres las varillas del encofrado, bajando ladrillos para el murete, aunque claro, lo mejor vino el verano siguiente, cuando el día que celebramos la comunión de "la Irene" el abuelo le metió las dos mangueras para llenarla.
Y poco a poco, año tras año, fuimos creciendo, y la pandilla en bici, se fue cambiando poco a poco por la pandilla en moto, a nosotros nos tocó una moto roja "de marchas", que andaba mas para atrás que para adelante, que perdía aceite y estaba descuadrada.
Y entre viajes al bar, a por helaitos, y bajar al pueblo a por el pan, nos íbamos preguntando porqué los pequeños, Raúl y Sandra, no cogían el relevo de bajar a por el pan, o llevar la basura a los cubos del cruce con las bolsas colgadas del manillar, aunque lo que si les tocó fue "secarse al sol", otro clásico de la parcela.
Primeros amoríos, primeras salidas nocturnas, a "la discoteca" y "al chiringuito" de Pezuela, si, porque en Pezuela de las Torres había un CHIRINGUITO. Las fiestas del pueblo, y mas adelante las fiestas de Los Caminos, con esa virgen que nadie conocía pero de la que todos eran devotos.
Pero la parcela no era solo veranos, en invierno también se iba, y se encendía la chimenea, y se atizaba la lumbre, y salíamos a la calle, a pesar del frío, pero para frío, el que se pasaba al ir a dormir, en esa habitación del medio, con un par de mantas, metías los pies y recogías las piernas lo mas que podías, porque no llegué a hacer la prueba, pero estoy convencido de que esas sábanas estaban mas frías que el candado de la puerta del garaje. Luego llegó la calefacción de gasoil, y la función de la chimenea cambió, desde entonces, ahí se montaba el belén en Nochebuena y se desmontaba en Semana Santa, como el pseudo-árbol de navidad que se ponía en el lilar.
En la parcela, solo hacía falta tener el balón para jugar al fútbol, las porterías eran dos piedras, el campo de fútbol podía ser el llano que había junto al cruce, o el trozo de calle entre nuestra parcela y la del Luci. No necesitábamos tener muchas cosas, pasábamos horas y horas charlando, apoyados en el transformador o en una valla, comiendo pipas y charlando. Tuve mucha suerte de disfrutar de la tranquilidad y la felicidad de disfrutar de tener una parcela, que, para mí, fue tan bueno, o mejor, que tener un pueblo.

1 comentario:

  1. Qué verdad todo lo que dices, pero todo se acaba Buenos veranos emos pasado. Ya solo queda los recuerdos .

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